jueves, marzo 28

una decisión peligrosa que agrava el tablero asiático


Estados Unidos acaba de producir un peligroso e innecesario giro geopolítico con el envío de la titular de la cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwan.

Los efectos inmediatos de esa decisión son alarmantes. Derrumban la ya muy dañada relación bilateral con China a uno de sus niveles más bajos históricos. Y construye un escenario de imprevisibilidad donde un todo absoluto puede ocurrir.

El principal agravante es que semejante escenario ominoso sería el que busca Washington. Asombrado, un ex asesor sobre Asia de Barack Obama, Evan Medeiros, advirtió que “los riesgos de una escalada entre las dos potencias son ahora inmediatos y substanciales”. Observó un dato central: “Esta es una situación excepcionalmente peligrosa, quizá más aún que Ucrania”.

Pelosi es la funcionaria norteamericana de mayor jerarquía que visita Taiwan en un cuarto de siglo. China demanda la soberanía sobre ese espacio, incluso más simbólico en su historia que Hong Kong o Macao.

Un manifestante rechaza la llegada de Nancy Pelosi frente al hotel donde se hospeda en Taipei. Foto: AP

Un manifestante rechaza la llegada de Nancy Pelosi frente al hotel donde se hospeda en Taipei. Foto: AP

El giro de EE.UU.

En 1979, en los inicios del gran giro de apertura chino con Deng Xiao Ping, EE.UU. acordó reconocer solo a Beijing como la sede del gobierno de China y a Taiwan como parte de China. Es esa construcción la que en las últimas dos administraciones norteamericanas está sometida a una persistente demolición. La razón es el crecimiento de la República Popular.

Siempre ha sido claro que para EE.UU. el rival principal a confrontar no era Rusia o solo Rusia, sino el gigante asiático debido a que le compite en toda la línea a nivel comercial y con sorprendente velocidad en la carrera tecnológica.

Una marcha a favor de la visita de Nancy Pelosi a Taiwan, este martes en Taipei. Foto: BLOOMBERG

Una marcha a favor de la visita de Nancy Pelosi a Taiwan, este martes en Taipei. Foto: BLOOMBERG

De ahí que Joe Biden ha mantenido las políticas de represión arancelaria contra Beijing impuestas por su antecesor, el republicano populista Donald Trump. En el peor de los casos las ha agravado, con su canciller Antony Blinken llamando en setiembre pasado nación a Taiwan, expresión que viola los acuerdos de 1979, planteando el regreso de la isla a la ONU y de modo particular, con este viaje que el comando militar norteamericano razonablemente había desaconsejado.

Menos que fortaleza, que es lo que se pretende exhibir, estos movimientos parecen aspavientos de una política peleada con el realismo y abrazada a los códigos de la Guerra Fría.

En momentos que la ofensiva rusa contra Ucrania se encuentra encendida, Washington amontona en la misma vereda a sus dos principales adversarios. Una estrategia ya anticipada en la última cumbre de la OTAN de Madrid, que disuelve las distancias entre Moscú y Beijing sin aprovechar sus rivalidades en torno a la influencia en Asia.

Claramente China hasta el momento ha eludido brindar apoyo estratégico a Rusia en el conflicto con Ucrania, un gesto que estas decisiones vuelven vaporoso.

En las mismas horas que Pelosi emprendía el viaje a Taiwan, la Casa Blanca ordenó a su vez nuevas sanciones contra Irán.

Lo hizo justo cuando se intenta desbloquear las negociaciones para revivir el acuerdo nuclear fulminado por Trump y que la potencia persa regrese al mercado petrolero para contribuir a reducir el costo del barril.

La consecuencia ahí también es que Teherán ha decidido acelerar su alianza con Moscú y Beijing. “¿Qué sucedería si esos tres países deciden confrontar en simultáneo contra EE.UU. para intentar abrumar la capacidad estadounidense de responder”, se interroga David Leonhard en The New York Times. Es una buena pregunta.



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