jueves, marzo 28

La sorprendente ruleta rusa de Vladimir Putin


Zbigniew Brzezinski, el célebre politólogo y ex funcionario demócrata, concluía años después del derrumbe soviético que Rusia podía ser una democracia o podía ser un imperio, pero no podía ser ambos a la vez.   

Vladimir Putin logró consolidar a su país tras el colapso comunista, al costo de una autocracia que liquidó en gran medida la primera parte de la formulación de aquel brillante ex asesor de Seguridad Nacional de James Carter.

Sobre la segunda, el imperio, la guerra en Ucrania muestra los límites que la realidad impone a cualquier sueño de reconstruir la Rusia zarista. Este conflicto no solo desnudó las debilidades militares del país, expuso también una reducida calidad estratégica de sus líderes, comenzando por el propio presidente.

Su peor tragedia es que acabó haciendo lo que Occidente aparentemente quería que hiciera, autodestruirse.

Quienes defienden la aventura guerrera del líder del Kremlin afirman que lo hizo obligado por la presión de la OTAN sobre las fronteras de la Federación. Los compromisos pactados con los líderes moscovitas tras el derrumbe y despedazamiento de la Unión Soviética no se cumplieron. Es cierto.

La promesa de James Baker, el ex canciller de George H. W. Bush de que la Alianza Atlántica no avanzaría un centímetro pasó a la historia de las grandes mentiras y los significativos errores que produce la soberbia en geopolítica.

Esa visión, sin embargo, aun con esos trasfondos de verdad, es una explicación relativa y débil para hallar un sentido real a esta guerra que idealmente podría brindarle a Moscú una porción de Ucrania como buffer frente a un Occidente que suponía debilitado, confuso y en retroceso.

Las lecciones del pasado

Si además de insultarlo, Putin hubiera leído a Lenin habría quizá comprendido que su fuerza objetiva contra la amenaza occidental consistía menos en los cañones que en el poder que le brindaba la enorme interacción económica y comercial con esos rivales. «La política es economía concentrada», sostenía agudo el fundador de la Revolución Rusa.

Joe Biden saluda con una gran sonrisa al mandatario alemana  Olaf Scholz, durante la cumbre en Bruselas.  Foto AP

Joe Biden saluda con una gran sonrisa al mandatario alemana Olaf Scholz, durante la cumbre en Bruselas. Foto AP

También es discutible la otra noción, muy citada, respecto a que el complejo de la Rusia actual era el crecimiento y desarrollo de sus vecinos que giraron hacia Occidente con democracias plenas. Un mal ejemplo para Rusia que escalaría si Ucrania se unía a la Unión Europea y a la Alianza Atlántica.

Pero Rusia tenía las cartas correctas, diría Lenin, para reforzar su influencia a despecho de sus vecinos. Era el principal proveedor de energía en Europa, abasteciendo más del 40 por ciento de sus necesidades y por encima del 50% en relación a la potencia alemana.

Berlin, incluso, se encaminaba a cubrir con el fluido ruso el 70% del gas necesario con el ahora abortado gasoducto Nord Stream II, tras haber decidido cancelar sus programas de usinas atómicas y del uso de carbón.

El PBI per cápita, es decir el ingreso por habitante, desde el colapso de la URSS registraba en Rusia un moderado pero permanente crecimiento con picos en 2010 de 15 mil dólares anuales, un nivel que seguía siendo consistente pese a los daños de la pandemia.

La modernización capitalista del país lo convirtió en la base de operaciones de empresas y bancos multinacionales. Exhibía envidiables reservas por encima de los 650 mil millones de dólares y un rango crediticio entre los mejores del mundo.

El intercambio con China, el principal socio político de Moscú, creció 36% en 2021, aun en plena crisis por el covid, hasta 147 mil millones de dólares y se esperaba en breve alcanzar los 200 mil millones. El perfil autoritario y asfixiante de las libertades individuales del modelo de gobierno de Putin, no fue dificultad para que su figura creciera internamente. También lo hizo la disidencia pero no con la fuerza de desplazarlo. 

En el plano global, Rusia había logrado recuperar centralidad pese a constituir una potencia regional. Giró a favor de Irán y Siria la guerra en el papis árabe y fue un factor central en la destrucción de la banda terrorista ISIS. En síntesis, un manojo de herramientas para imponer límites e influir en la geopolítica de sus adversarios. Es eso lo que se ha liquidado en un puñado de días.

Rusia ahora está en un lugar vulnerable. Occidente difícilmente facilite una salida a esta crisis si es que que Putin en realidad entiende que debe buscarla con urgencia. Charles de Gaulle decía que al enemigo no hay que derrotarlo sino convencerlo de que ha perdido. No es lo que parece alentar Washington y sus aliados.

Los restos de un centro comercial en Kiev, sorprendentemente atacado por las fuerzas rusas. Foto EFE

Los restos de un centro comercial en Kiev, sorprendentemente atacado por las fuerzas rusas. Foto EFE

Lo que viene

El norte mundial está facturando en toda la línea esta crisis aun con el costo propio que implica el rebote de las sanciones. Douglas Lute, un ex general y ex embajador de EE.UU. en la OTAN, dijo que la intención de su país es duplicar las tropas asentadas en Europa del Este.

Washington despachó ya 15 mil soldados a la región desde el estallido de la guerra. Sumará otros 40.000. Con las dotaciones decididas en las últimas hora son cien mil hombres en Europa del Este. Es la primera vez que se llega a esa cantidad desde el final de la Guerra Fría. Según Lute, ese número será en adelante de 200 mil hombres. Acomodados frente a Rusia.   

Un panorama que en la foto actual es de pesadilla. Un mes después de iniciada la guerra contra un país mal armado, con una crisis económica crónica, el Kremlin no ha podido exhibir ninguna victoria pero sí en cambio una espantosa masacre de civiles que asquea las pantallas de todo el mundo. 

La censura medieval rusa sobre lo que ocurre realmente en el campo de batalla no logra detener los golpes de la realidad. Solo como ejemplo, Rusia busca  ahora atenuar el derrumbe de su moneda reclamando a sus compradores de gas, especialmente Italia, Alemania y Hungría, que le paguen en rublos. El argumento es que, debido a las sanciones, no puede aceptar divisas fuertes.

Pero EE.UU. apunta a estrangular ese flujo. No puede hacerlo totalmente porque los europeos reconocen que dispararía una enorme presión social a caballo del aumento de las tarifas de los servicios públicos.

La consecuencia del anterior ajuste, tras la crisis de 2008, fue una furia antipolítica en la clase media que parió movimientos ultranacionalistas neofascistas que acabaron aliados del autócrata ruso. Como Donald Trump en EE.UU.

Washington entiende ese punto y por eso no presiona, como acaba de avisar el asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan. Pero el objetivo de la Casa Blanca desborda la coyuntura: en su extremo buscará subsumir a Rusia y utilizar la restauración que exhibe su liderazgo global para retrasar lo máximo posible el avance de China.

Al mismo tiempo, absorber gran parte del negocio del gas. Lo que parecía una fantasía hace apenas unas semanas se acaba  de concretar con un acuerdo entre Washington y la UE para proveer cuotas mayores de gas licuado norteamericano al bloque. Por cierto a costos muy superiores a los rusos. No se sabe cómo terminará la guerra pero sí se visualiza ya quienes comienzan a ganarla.

Este panorama pone en crisis el debate sobre si esta guerra es el detonante de un cambio radical en el orden geopolítico global, o configura, más bien, un retraso en esa mutación. Los analistas coinciden en que se ha quebrado la muy relativa armonía que regía desde el fin de la Guerra Fría hace tres décadas y que permitió el crecimiento espectacular del capitalismo chino.

La teoría indicaba, justamene, que Asia acabaría por relevar a Occidente como potencia económica y líder tecnológico. Pero es probable que Putin haya ahora dinamitado ese sendero.

El desastre ruso en Ucrania discute, además, el futuro del vínculo entre Moscú y Beijing. Esa relación es central en la perspectiva de estas potencias que comparten la antipatía por Occidente y su convicción de que estan destinadas a ser el relevo de la hegemonía global. 

Si la economía estructura las posibilidades políticas, el dilema chino es oceánico. Como señalamos más arriba, el Imperio del Centro intercambia con Rusia 160 millones de dólares.   

“Pero eso es menos de una décima parte del comercio combinado de China con EE.UU., US$657 mil millones y con la Unión Europea, US$828 mil millones”, recuerda el cientista Wang Huiyao. Es una voz importante porque dirige un centro de análisis geopolítico basado en Beijing que asesora al gobierno de Xi Jinping.

“China tiene un significativo interés económico en una rápida resolución de la guerra», afirma. Económico y no político porque Rusia y Ucrania son componentes centrales de la Ruta de la Seda.

Son, por lo tanto, un canal central del comercio chino con Europa que ha experimentado un salto geométrico en sus volúmenes desde 2010. «Este conflicto amenaza esos flujos comerciales», añade Wang. Ahí es donde también están golpeando los misiles rusos.
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