
La música que identifica a Salta y al norte argentino se convirtió en las últimas semanas en el centro de un conflicto vecinal que desnuda las tensiones en torno al uso del espacio público. En calle Caseros, frente al histórico edificio de Rentas, un grupo de músicos folclóricos se reúne casi a diario para ofrecer su arte. Sin embargo, lo que para muchos es una expresión cultural legítima, para otros representa una fuente de ruido constante, trastornos de salud y una amenaza a la tranquilidad en el corazón de la ciudad.
Magdalena Pereguerga, vecina del consorcio ubicado a menos de 20 metros del edificio de Rentas, expuso su situación en diálogo con El Tribuno: “Desde hace más de un año vivimos esta pesadilla. Gente en situación de calle y músicos que convierten el frente del edificio en un espectáculo permanente. Bombos, guitarras, gritos, aplausos. No podemos descansar, trabajar, ni vivir tranquilos. Es un infierno”.
Pereguerga, quien vive con su madre de 90 años y trabaja desde su domicilio, detalló que el impacto del ruido ha afectado la salud de su familia: “Mi mamá perdió la visión de un ojo por la presión generada por el estrés. Vivimos angustiadas, esperando que llegue la tarde y comience otra jornada de ruido. Es injusto”.
La vecina asegura haber agotado todas las vías administrativas: “Fui a la Cámara de Diputados, hablé con legisladores, pedí al ministro Villada que se pusiera seguridad. Nadie me dio respuestas. En Rentas no me recibe nadie. La directora directamente me hizo decir con un guardia que no tenían nada que ver. Todos se lavan las manos”.
Pereguerga señala que los músicos ocupan los escalones del edificio de Rentas, un espacio que estaría fuera del alcance de control municipal. Reclama que el Gobierno provincial tome cartas en el asunto: “Solo pedimos custodia y control. No puede ser que un edificio público esté abandonado, sin vigilancia, siendo utilizado como escenario. Nosotros solo queremos vivir en paz”.
La voz de los músicos: “No queremos molestar, solo tocar”
Del otro lado del conflicto están los músicos. Tomás, uno de los jóvenes folcloristas que suele tocar en la zona, defendió su derecho a compartir su música:
“Venimos a tocar a Caseros porque tiene buena acústica. Muchos no tenemos parlantes. Este lugar nos permite trabajar y mostrar lo que hacemos. Nunca fue nuestra intención molestar a nadie”.
Según Tomás Carrera, la situación con los vecinos es más limitada de lo que parece:
“No todos los vecinos se quejan. Solo una señora es la que nos viene a gritar, a veces sin respeto. Me quiso tirar agua hirviendo desde un balcón. Yo tuve que hacer una denuncia. Con los demás no hay problema”.
El músico reconoce que en un principio tocaban hasta más tarde, pero que con el tiempo acordaron limitar los horarios: “Nos pusimos de acuerdo para no tocar después de las 21. Incluso si alguien nos pide que paremos antes, lo hacemos. El otro día, a las 9 en punto, nos fuimos. Queremos convivir, no generar conflicto”.
Para los músicos, la presencia en la peatonal también representa una posibilidad de ingresos: “No todos tenemos peñas donde tocar. Este lugar es público y la gente nos apoya. A veces pasan turistas, vecinos, se quedan a escuchar. Eso también es parte de la cultura de Salta”.
Espacio público en disputa
El conflicto plantea interrogantes más amplios: ¿cuáles son los límites de la expresión artística en la vía pública? ¿Cómo se equilibra el derecho a la cultura con el derecho al descanso? ¿A quién le corresponde controlar estos espacios grises, como los escalones de un edificio público?
Mientras tanto, las autoridades parecen no intervenir en un conflicto que ya lleva más de un año sin resolución clara. La falta de respuestas institucionales solo agrava la situación.
Por ahora, la calle Caseros sigue siendo escenario de guitarras, bombos y quejas. La solución, si llega, deberá contemplar algo más que silencio o melodía: deberá mediar entre derechos en tensión, con sensibilidad y voluntad política.